Películas de Miguel Guédez (KYNICO) Artículo de opinión.

Películas de Miguel Guédez (KYNICO)

Por: José Carlos De Nóbrega

06. Kynico ríe

“Kynico” de Miguel Guédez supone la segunda incursión ficcional de su autor relativa a la consideración de nuestra crisis de pueblo: La reedición del mito de El Dorado desparramada por la explotación petrolera [y la consiguiente cultura rentista] en Venezuela. Si su cortometraje anterior “EX” abordó el tópico de la crisis de las ideologías [la traición política o la claudicación de lo utópico], en este caso el bisturí o el mazo para matar cochinos desmontan el mito mal curado de la riqueza petrolera: La nación, no obstante la superabundancia de las reservas petroleras, sigue siendo muy pobre, pues el Estado burgués ha mal administrado y distribuido pésimamente tan ingentes ingresos.

Las locaciones del filme [la Gran Caracas] configuran un universo híbrido contrastante: La marginalidad de la ciudadanía de a pie, sumada a los edificios y espacios urbanos invadidos, recuesta el costillar contra las superficies funcionales de las lujosas y lustrosas torres financieras. Ya no se trata del cercado impío que segrega los pueblos de lata con obscenidad [tal como lo retrató Jesús Enrique Guédez en sus documentales y su poesía], sino del mosaico psicótico y desencajado con que Miguel recrea el malestar estructural del país: El proyecto desarrollista se soporta en un autoritarismo de barniz democrático y la impiedad misántropa de la clase política y empresarial.

Siguiendo el mito de los tres minotauros, desarrollado por el Maestro José Manuel Briceño Guerrero, Guédez edifica su propuesta profética [denuncia urticante] y cinematográfica reescribiendo el de Prometeo: El filósofo, interpretado por un estupendo Roger Herrera, porta la lámpara esclarecedora del desmadre post-petrolero que la ciudadanía no ve, para luego serle arrebatada de manera peripatética al igual que en los gags de Chaplin y los hermanos Marx. Eso sí, alienación colectiva, despropósito politiquero y anarquía urbana mediantes. El instrumental crítico y estético comprende la impostura, la ironía y la parodia, para que el afán de la ficción devenga en ensayo audiovisual contundente y válido.

“Kynico” como obra de arte que entraña una visión autoral del entorno, no necesita de la estridencia técnica ni de la ampulosidad en el tratamiento de los temas. Tampoco se trata de distraer al espectador en la pirotecnia de una estética sobrecargada. Mucho menos de realizar un filme de tesis que se justifique en el exhibicionismo de las citas audiovisuales, tan de gusto de las vanguardias huecas y postizas. Por el contrario, Miguel Guédez realiza un discurso diáfano del Decir poético que se sumerge en el tedio, el despropósito y el dejo agridulce de la cotidianidad urbana. Nos retrotrae algunas joyas del neorrealismo italiano como “Ladrón de Bicicletas” o “El milagro de Milán” de De Sica. Claro está, el adobo venezolano del guiso nos conduce a Julio Garmendia, Aquiles y Aníbal Nazoa, modelos de nuestro humor más punzante y enternecedor.

En esta película, Guédez se encuentra mucho más desenvuelto y corrosivo, por lo que nos obsequia un notable ejercicio picaresco a la venezolana: cargado de un espíritu díscolo, prevaricador e irreverente.  Por ejemplo, la Arcadia de la que proviene el filósofo [algunos parajes poco transitados del Cerro El Ávila] no tiene la intencionalidad extrema y utópica de ciertos movimientos ecologistas, sino que procura evidenciar la contraposición y la hibridez paisajística de Caracas en tanto metáfora tragicómica del país.

(2018)

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